Publico este artículo a nombre de Eduard Hervás (Psicólogo, eduardhervas@gmail.com), podeís encontrar más artículos suyos en su blog
En principio todos tenemos la idea -más o menos reflexionada o intuitiva- que practicar deporte de manera habitual es una actividad positiva para los niños y las niñas, especialmente si es un deporte de equipo.
A los niños y a la niñas desde muy pequeños les gusta el movimiento, la actividad física, con lo que aprenden a utilizar el cuerpo y a quemar energías. También, cuando van haciéndose mayores, les gusta realizar actividades con otros, para sentirse miembros de un grupo y conseguir cosas juntos, sea un resultado de una competición deportiva, un dibujo colectivo o una actividad de investigación escolar. Y evidentemente, y así lo dicen los especialistas, que el deporte para los pequeños puede ser un juego, una fuente de placer por el que tiene de actividad física, de superación personal y de relación con los otros, convirtiéndose en un elemento más de su educación. Pero un elemento que en principio es positivo puede llegar a transformarse en un conjunto de rígidas actividades y obligaciones que en lugar de ayudarlos en su evolución y crecimiento como personas del presente y del futuro, les complique su educación personal.
LA IMPORTANCIA DEL DEPORTE PARA LOS NIÑOS Y NIÑAS
Está claro que el deporte de equipo los da a los más pequeños la oportunidad de jugar en compañía, de sentirse parte de uno todo que debe estar bien avenido y cohesionado por poder obtener resultados positivos al marcador, aunque los resultados del marcador del campo no deberían ser aquello más importante para los niños deportistas sino el mismo hecho de jugar. Porque cuando nos referimos al deporte infantil debería quedar claro que más importante que ganar es:
Aprender a jugar juntos, experimentando directamente que lo que hace cada uno repercute directamente en el que hacen y harán los compañeros, y viceversa: el sentimiento de pertinencia a un grupo.
Sentirse necesario para el equipo y sentir como necesarios a todos los otros, ya estén en el terreno de juego o esperando como suplentes: la valoración personal.
Aprender a entrenarse, a realizar unas actividades -físicas o no- que parece que no tengan que ver con jugar partidos, pero que son fundamentales por a poder jugar: la planificación y la constancia.
Saber que hay unas reglas, más o menos arbitrarias, que son las que conforman y enmarcan aquella actividad y la convierten en deporte: las normas en la vida.
Pasárselo bien jugando y entrenando, pero también hablante del partido y del entrenamiento, pensando y expresando como se han sentido jugando, ganando o perdiendo...: la reflexión personal y la comunicación.
Tomarle gusto a la actividad deportiva para que continúe practicando a lo largo de su vida, sea en equipo o individualmente: la educación física.
EL DEPORTE PARA EDUCAR, NO EDUCAR PARA EL DEPORTE
Según estudios realizados, las razones por las que los niños abandonan la práctica del deporte son, entre otros el conflicto de intereses entre las exigencias del deporte y otras actividades interesantes para ellos, la inconstancia propia de la edad por la que se apasionan temporalmente por una cosa y le olvidan después. Sin embargo, también, por el carácter demasiado serio del entrenamiento, por el lugar preponderante de la competición en el conjunto de la actividad deportiva, por las relaciones conflictivas con el entrenador y por no soportar la presión a que se le somete. Y aquello más lamentable es que, a veces, son los padres los que, sin quererlo, presionan a los hijos pequeños para que tengan que ganar y se obliguen a ser los mejores y se sientan muy mal si no pueden hacerlo.
Por todo esto, cuando se trata de deporte infantil, no se pueden marcar como objetivos el de educar para el deporte ni el de hacer deportistas de élite. Sino, al contrario hay que aprovechar el que tiene de positiva esta actividad para educar, y propiciar que los niños y niñas se formen como personas que, en un porcentaje muy alto, no llegarán a ser deportistas profesionales y que, como mucho, podrán seguir a lo largo de la vida utilizando el deporte para su distracción, favorecimiento de relaciones personales y mantenimiento de una forma física y mental.
Las madres y les paras tienen un papel muy importante en relación a la práctica del deporte de sus hijos e hijas, como responsables primeros que son de su educación. Como cada actividad de los pequeños, es necesario que los padres sepan qué es lo que pretenden facilitándoles a sus hijos la actividad deportiva, si quieren que sea un elemento más en su educación o que les complique la vida y dificulte su crecimiento como personas.
Si después de reflexionar se percatan que desean que el deporte ayude sus hijos en su educación física, emocional y de relaciones, deberán tratar de hablar con ellos cuando ganan y cuando pierden, cuando los ponen en el primer equipo y cuando los tienen sentados de suplentes, cuando marcan un gol o cuando no les han pasado el balón... E ir ensenñándoles la necesidad de ganar para saber perder y perder para saber ganar, y que aquello más importante no es ni ganar ni perder sino jugar y pasarlo bien. E ir dando herrajes personales para que aprendan a no sentirse humillados cuando pierden, fallan un tiro o se dejan marcar un gol; aceptar las decisiones del árbitro, aunque sean injustas porque el juego es el juego y tiene reglas; o sentir que el entrenador no los tiene tan bien considerados, o de igual manera, que se tienen ellos a ellos mismos... Y no solo hablar el padre o la madre sino ayudar a los pequeños a que cuenten lo que piensan y sienten en estas ocasiones, con la que cosa la actividad deportiva servirá para que aprendan a conocerse ellos mismos, y expresar sus sentimientos y sus emociones.
Teniendo en cuenta el que he expuesto antes, la práctica del deporte de los niños y niñas les valdrá como un elemento positivo en su formación y crecimiento personal, siendo una parte más de su educación, que los ayudará a conseguir un estilo de vida saludable, una mejora en la motricidad, el aprendizaje del trabajo en equipo y de las relaciones interpersonales, el aumento de la motivación y la perseverancia, etc. Y, finalmente, sirviendo también como prevención individual y colectiva de muchos de los problemas que en los últimos años van surgiendo al llegar a la adolescencia o la juventud y que solo se pueden resolver de forma satisfactoria para la sociedad y las familias antes de que salgan, con la educación cotidiana de los más pequeños.
viernes, 8 de mayo de 2009
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